miércoles, 18 de agosto de 2010

Despareja

Estoy hiperactiva y escucho a las tres tazas de café vibrar al son de esa canción de jazz que alguna vez escuche en un prostíbulo escondido entre dos calles de Paris que solo conocí en fotos que en la negrura de la noche compartían ese olor digno del café Argentino, esa Argentina lejana que en un momento de esa oscuridad se río de mi sin que yo terminase de comprender la broma junto a mi compañera de bebidas fuertes, la muerte.
Entonces te leo- cartas tinta mono simbólica lejana ultrajada- Y creo que comprendo que las tres tazas las compartí con vos, si, en algún sueño donde yo cansada me quejaba de no entender- no se que cosa- y vos me mirabas y así videnciabas que cada uno sufre al amor de una manera distinta, como cuando caminábamos con las manos en los bolsillos y vos fresco me tirabas ese "En que pensas?" Y yo entonces apuraba el paso y me metía en mi casa, cerraba con llave la puerta y al segundo te extrañaba, pero no existían los teléfonos, o tal vez eras vos el que no tenia, y tenia que caminar- aunque corría, y paraba, para que los vecinos no encuentren que el tiempo se me escapaba y la humillación permanezca impregnada en las cortinas y no en la luz- y entonces golpeaba tu puerta de roble fino que tus bisabuelos construyeron para guardar calor y yo me sentía tan fría y ajena que las posibilidades danzaban y caían de mi hombro chocando al piso y provocando ese ruido que luego escuche de ti el día que te fuiste para siempre, en esa habitación azul, llena de cuadros que ninguno conocía pero que formaban parte de la charla cotidiana de todos los días. Pero entonces golpee y vos no me escuchaste y supe que era la primera vez que el desencuentro nos envolvía y extrañamente comprendí que lo inevitable se había vuelto el castigo de esa mirada robada por un niño como el que nos confundió en el Louvre por sus padres un dia en donde pense que iba a nevar, y vos me respondiste que no, y hasta hoy que no te creo porque yo se que nevó aunque tu pelo siempre permaneció negro y mis manos calientes en tu abrigo. (...)

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